02 enero 2010

¿qué quieres que te diga?


Cuando uno vuelve a "casa" después de otro largo periodo fuera, se encuentra con dos cosas principalmente: Una es un ambiente que ha cambiado y que parece hostil, pero que no es más que la oportunidad de redescubrir todo lo que creías que te llevabas de bagaje en tus aventuras por el mundo (en mi caso, he paseado ese bagaje de cacereño por sitios de España, Portugal, Francia, Alemania, Holanda, Austria, Suiza, Bélgica, Inglaterra, las Irlandas, Maryland, Pennsylvania, New York, New Jersey, Marruecos, Malta...); y otra cosa que te encuentras es la actitud de los autóctonos (aquellos con los que has compartido media vida).

Si bien es cierto que ya todo el mundo se encarga de recordarte que cuando estás "fuera" no eres de allí, ocurre también que cuando estas "dentro" tampoco eres de aquí. Es decir, a mí me han llamado "el inglés" (y daba igual que viniera de vivir unos meses en USA, Londres o en Irlanda del Norte), "el madrileño" (después de mis dos años y medio en la capital del Estado), y "el catalán" (tras mis dos años y pico viviendo en Barcelona).

Uno se encuentra además con un tipo de incomprensión que realmente llega a ser sutilmente enervante. Intentan convencerte de que tal o cual prejuicio cultural es cierto, porque desde aquí o desde allí se percibe así o "asao". Quieren que sepas lo equivocado que estás por abrir tu mente a otras formas de ver la realidad, o intentan convencerte de que tú mismo tienes este o aquel prejuicio por ser de donde eres. Es eso o que proyectan en ti su propia frustración por no haber tenido nunca los arrojos de abandonar el "vientre materno" social o cultural en el que viven rutinariamente anquilosados más allá del preceptivo mes de vacaciones, del que vuelven creyéndose poseedores del más absoluto conocimiento de la cultura (por ejemplo) azteca. Lamentable (en el sentido más lastimero).

Mire usted, señor catedrático de la nada, uno que ha vivido, estudiado, trabajado, hecho el amor, ido al médico, llorado, leído, paseado, tomado una copita, descubierto infidelidades, conducido, pasado frío, recibido amigos, despedido ex-amigos, perdido trenes y mil cosas más en varios países de varios continentes, desde que iba al insituto y hasta hoy mismo, le dirá que, en su humilde opinión, el espíritu de los sitios lo conforman las personas que uno se cruza en ellos y, más aún, la actitud al enfrentarse a lo que no es igual a nosotros.

Ante esta situación hay, al menos, dos posibles opciones: o blindarse y cerrarse en banda a ser permeables a lo que no sea como nosotros, o adaptarse y abrazar todo aquello que nos pueda servir para crecer como persona. En un mundo en perpetuo cambio (y el cambio es lo único que nos informa de manera evidente de que algo está vivo), la adaptabilidad es el arma definitiva para la supervivencia. Las personas, grupos, comunidades o similares que no estén dispuestas a admitir el cambio y carezcan de la actitud y la aptitud para adaparse a él, están desde mi punto de vista (irremediablemente) condenados a permanecer encallados como una mera instantánea anticuada de un momento que ya pasó.

Y es que, ¿qué quieres que te diga?, yo me quedo con mis experiencias para contárselas a mi Alzheimer cuando venga a buscarme. Me moveré mientras pueda, que ya dormiré cuando esté muerto.

1 comentario:

Elisenda Alamany dijo...

De vegades fa por pensar que les coses en les que sempre has cregut, o aquelles en les que t'han fet creure sempre, podrien no ser certes, podrien no ser. El revisionisme és imprescindible però costa. Una abraçada molt forta i bona entrada d'any!Un petó.