Llego a casa. Los ojos cansados, el paso lento y la cama deshecha. Afuera llueve, la radio no me habla de nada interesante y (para colmo), niña, me has vuelto a decepcionar.
Ahora lo primero que me pide el cuerpo es mandarte a tomar por el culo una vez más, y después dormir hasta el verano, que se joda la primavera. Y me acuerdo de tu voz. Hueles bien. El roce de tu mano me hace sentir bien. Que te den por el culo. Evitas mirarme, pero me encuentro mirando tus ojos. Necesito que me hables. Puta foto. Estás calentita cuando me besas. Eres fría. Te odio. Dime algo, por favor.
Mientras me digo esto, otra persona también se aleja, pero ella lo hace físicamente, sentadita, en un avión que ensucia el cielo de aquí a Londres (i/v. tasas incluídas). Genial, todo el fin de semana para morirme de asco. Te odio, os odio, a las dos. Doy pena, lo sé, al menos me la doy yo solito. No se hizo la miel para la boca del asno, supongo.
Cada gota de lluvia que golpea la barandilla metálica en el exterior de mi ventana es un paso del segundero que me dicta mecánico que debería comer algo, que debería después sentirme culpable, que quizás no debería comer tanto, que no tengo sed, que no me sienta culpable. Que os den por el culo.
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1 comentario:
Un poco de ambas... Nada de ninguna. Eso es lo que te rodea. Es posible que me esté metiendo dónde no me llamen, pero me voy a permitir la licencia de darte un consejo: descansa, si es lo que te hace falta, pero no lo tires todo al traste sin luchar por ello. Saludos :D
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