08 febrero 2010

Salas de chat, vertederos de amor.

A veces me descubro buscando quién sabe qué (o a quién) en una mecánica conversación casi pautada por un guión que, con ligeras variantes, se repite una vez tras otra y que, seguramente, avanza por una secuencia predeterminada de respuestas correctas que desconozco y que nunca trasciende más allá de un punto en el que ya no me merece la pena continuar, porque ya conozco el siguiente paso, y porque ahora sé que ya no me aporta nada nuevo. Me descubro patético, dejando al descubierto mis carencias en la búsqueda de algo que hace muchos besos perdí y que, no nos engañemos, no va a volver por arte de magia digital. Se ha perdido mi forma de amar, y es que es obvio que cualquier soledad se presta al fast-food del amor que supone poder ver los toros desde la barrera para bajar al ruedo sólo cuando es tan fácil entrar a matar que uno se sacia de ansia sin disfrutar de la charla, del vino, de los entrantes... se colma el instinto de primer plato, y se apresura el postre en borrar lo antes posible todo rastro de culpabilidad de unos labios que no han sido sinceros con el alma que los mueve. Ese trocito peor que vuelve a recordarme que mi vida no es una película (desde luego, no una de las buenas) me pide con lágrimas que le lleve a casa, dondequiera que ésta esté.

2 comentarios:

Elisenda Alamany dijo...

Ningú crec que ho hagués pogut dir tan bé com ho has fet. Brutal.Un petó!

Pasaba por aquí... dijo...

Precioso título y mejor post... enhorabuena!