Esta vez la crisis de los 35 me viene con adelanto. Hoy, cuando he visto tambalearse ligeramente una meta a la que no sé ni por qué aspiro, me he encontrado a mí mismo buscando una motivación para seguir mirando al horizonte sin temor al abismo que hay detrás de mí. A un lado la nada, al otro el todo. Yo en el medio y, paradójicamente, ya no sé si voy de frente o de culo. Miro hacia arriba buscando huir, pero el cielo me escupe. Miro hacia abajo y el charco en el que me yergo sugiere una imagen tan deformada que no me reconozco en ella. Tú te has ido, primero para siempre, y ahora por unas semanas, y siempre estarás ahí, pero nunca eres la misma. Perdido.
Saberme abandonado por mi hada me dota de cierto halo de victimismo que hace que cualquier lobo pueda olerme en mi charco. Me acecha todo tipo de alimañas, y yo me desnudo al viento para sentirme vivo. Y lo noto. Percibo el aliento que me empuja al vacío, y me falta el beso que me acompañe por el camino. Ciego.
Sabiéndome desvalido lo cierto es que me importa todo un poco menos, y que te necesito un poco más. Presiento que sin la sombra de tu cuerpo no podré encontrar mi alma, ni tus recuerdos. Me conoces como nadie y sabes que soy un hombre sin palabra, o música desafinada en los oídos de cualquiera, y fotografías desenfocadas con un encuadre absurdo de contrastes saturados en el album de un cajón lleno de polvo y juguetes olvidados de cuando éramos pequeños y la vida no era asfixia. No tengo palabra.
A lo lejos, escucho el aullido húmedo de los lobos. Esta vez vienen a por mí y yo les espero en mi charco. Mi mirada está vacía, y mis lágrimas dejaron de ser saladas la noche en la que el espejo de mis sueños salió de putas y rasgó las membranas de mi oído, dejándome sordo para el sonido de tu voz, para el llanto de mis labios y para el olor de tus miradas. Sordo.
Te espero con los labios ajados, con los ojos apretados, con los puños cerrados, y con la desesperanza de que los lobos encuentren mi rastro mucho antes de que tú, tan siquiera, hayas nacido a esta vida. Solo.
No siempre se puede tener lo que se quiere.
Saberme abandonado por mi hada me dota de cierto halo de victimismo que hace que cualquier lobo pueda olerme en mi charco. Me acecha todo tipo de alimañas, y yo me desnudo al viento para sentirme vivo. Y lo noto. Percibo el aliento que me empuja al vacío, y me falta el beso que me acompañe por el camino. Ciego.
Sabiéndome desvalido lo cierto es que me importa todo un poco menos, y que te necesito un poco más. Presiento que sin la sombra de tu cuerpo no podré encontrar mi alma, ni tus recuerdos. Me conoces como nadie y sabes que soy un hombre sin palabra, o música desafinada en los oídos de cualquiera, y fotografías desenfocadas con un encuadre absurdo de contrastes saturados en el album de un cajón lleno de polvo y juguetes olvidados de cuando éramos pequeños y la vida no era asfixia. No tengo palabra.
A lo lejos, escucho el aullido húmedo de los lobos. Esta vez vienen a por mí y yo les espero en mi charco. Mi mirada está vacía, y mis lágrimas dejaron de ser saladas la noche en la que el espejo de mis sueños salió de putas y rasgó las membranas de mi oído, dejándome sordo para el sonido de tu voz, para el llanto de mis labios y para el olor de tus miradas. Sordo.
Te espero con los labios ajados, con los ojos apretados, con los puños cerrados, y con la desesperanza de que los lobos encuentren mi rastro mucho antes de que tú, tan siquiera, hayas nacido a esta vida. Solo.
No siempre se puede tener lo que se quiere.
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