06 abril 2009

Tú sí, pues yo no.

"¿Eres feliz?"

Pues no, y no me avergüenza reconocerlo. Parece que a menudo luchamos demasiado por parecer felices a los ojos de los demás y nos olvidamos de intentar serlo (o simplemente de saborearlo cuando lo somos, aunque sea por pequeños instantes).

Recuerdo la felicidad, y por eso la reconozco en pequeñas cosas, la identifico, la categorizo, la describo, la disecciono, si no se da cuenta le miro el culo, le rozo la mano, le paso el brazo por encima del hombro, le cuento un chiste...

Como sé que soy infeliz, me recreo en saber cuándo me he sentido feliz, aunque serlo no lo sea (permítanme ser tan pesado), y después (como de un sueño reparador) despierto y me vuelvo a enfrentar a mi infelicidad diaria que se ha convertido en constante, tan cómoda que asusta.

La he buscado por la calle, en la gente, en mí mismo, en lo abstracto, en lo sensorial, en lo inerte, en el conocimiento, en la experiencia, en las experiencias, la he buscado hoy, la busqué ayer y probablemente esta tarde y mañana siga buscándola. La he buscado tanto que la muy puta ha aprendido a evitarme, con una sonrisa y muy buenas maneras, eso sí.

A veces la veo en fotos que me hice, o que me hicieron, o que yo mismo hice, pero en aquellos momentos no la veía, y ¡créanmelo, señores y señoras! allí estaba ella: a veces estaba dormida a mi lado, a veces se veía su silueta a contraluz, otras su sombra estropeaba la foto, y en otras instantáneas se observa cómo se sale del encuadre y su rostro está desenfocado porque (a veces) la felicidad es lo único que se mueve de una foto, todo lo demás permanecerá siempre estático, inalterable y atemporal. Pero ella, la muy puta, se habrá movido en el mismo momento de apretar el disparador para que lo único que te quede de aquellos momentos sea nada más que eso, una imagen borrosa de lo que fue, casi sin saberlo, ser compañero por un segundo de la felicidad.

Y es que, no nos engañemos, parafraseando a Lennon, la felicidad es el concepto mediante el cual medimos nuestro dolor. Desde esta visión de mi propia vida como una enfermedad crónica degenerativa y dolorosa, el único consuelo que me va quedando son esos momentos de analgesia pasados y futuros, y el hecho de saber que, poco a poco, aprendo a reconocerlos en el presente.

"Soy un hombre bueno en todos los sentidos"

-"Déjame que te de una vuelta, que será bonito".

Educating Rita.

...y es que evolucionar es ver la misma realidad con un lenguaje distinto, nuevas palabras, reaprender los códigos, vaciar la memoria y partir del último punto donde recordemos haber sido alguna vez nosotros mismos para volver a reinventarnos más adelante, siempre en movimiento, nunca seguros de nada, solos, desnudos, con una sonrisa en la cara, apretando los dientes y con paso firme, con la mirada perdida... en definitiva, a ciegas.

Nice try, sunshine.

He descubierto que mi vida no es una película y que, si lo hubiera sido alguna vez, habría sido una película de bajo coste con guionistas penosos, una producción lamentable, un director sin gusto alguno y unos actores de puta madre.

Poca homogeneidad y, como diría mi amigo mexicano, “cero V.I.P”. Las localizaciones han sido numerosas, y la verdad es que nada caras, la fotografía ha sido más que aceptable, teniendo en cuenta la improvisación y la falta de presupuesto, y la banda sonora, bueno, eso también se salva (con sus altibajos).

Están de moda las trilogías, las precuelas y los “remakes”, por no hablar de los “spin offs”, de los que yo incluso he rodado algún que otro capítulo piloto (porque claro, esta película imaginaria habría dado para una serie). La voz en off es la misma: monótona, melancólica, sensiblera y autocomplaciente. Las estrellas invitadas llegan, hacen su papel, rompen la monotonía y desaparecen para dar paso a la siguiente, y las temporadas van sucediéndose y puede verse cómo los personajes centrales evolucionan y las relaciones entre ellos cobran vida propia. Se mantiene de fondo un tenue hilo argumental, y el estilo ha ido cambiando para adaptarse al circo del espectáculo, pero con tanto actuar no tengo tiempo de nada más, y mi personaje se ha apoderado de mí.

Nunca quise encasillarme, y lamento haber adquirido vicios por deformación profesional, temo no tener el control sobre el personaje, pero hey, ¿saben algo?, no pasa nada, porque hoy he llegado a una conclusión: He descubierto que mi vida no es una película.

Taitantos.

Hay una película que se llama "Efectos Secundarios". Allí se dice esto (con acento mexicano):
En el fondo, no hay nada que hacer. Siempre tendrás dieciocho, porque eres joven sólo una vez, pero inmaduro para siempre.

No hay instrucciones para cumplir treinta. Pero si las hubiera, serían estas:

Haz una lista de todo lo que no te gusta de ti y luego tírala. Eres el que eres. Y después de todo, no es tan malo como te imaginas un domingo de cruda.
Tira el equipaje de sobra. El viaje es largo, cargar no te deja mirar hacia delante. Y además jode la espalda.
No sigas modas. En diez años te vas a morir de vergüenza de haberte puesto eso, de todas maneras.
Besa a tantas como puedas. Deja que te rompan el corazón. Enamórate, Date en la madre, y vuelve a levantarte. Quizás hay un amor verdadero. Quizás no. Pero mientras lo encuentras, lo bailado ni quién te lo quita.
Come frutas y verduras. Neta, vete acostumbrando a que no vas a poder tragar garnachas toda la vida.
Equivócate. Cambia. Intenta. Falla. Reinvéntate. Manda todo al carajo y empieza de nuevo cada vez que sea necesario. De veras, no pasa nada. Sobre todo si no haces nada.
Prueba otros sabores de helado. Otras cervezas, otras pastas de dientes.
Arranca el coche un día, y no pares hasta que se acabe la gasolina.
Empieza un grupo de rock. Toma clases de baile. Aprende italiano. Invéntate otro nombre. Usa una bicicleta.
Perdona. Olvida. Deja ir.
Decide quién es imprescindible. Mientras más grande eres más difícil es hacer amigos de verdad, y más necesitas quien sepa quién eres realmente sin que tengas que explicárselo. Esos son los amigos. Cuídalos y mantenlos cerca.
Aprende que no vas a aprender nada. Pero no hay examen final en esta escuela. Ni calificaciones, ni graduación, ni reunión de exalumnos, gracias a Dios. Felices treinta, viejo. Bienvenido al resto de tu vida

Papá, mamá, ¿de qué raza soy yo?

El caso es que el tema racial o de "Pedigree" nunca me ha importado demasiado. Me gusta la mezcla racial y de todo tipo, pero en cuanto a mi clasificación en dicha categoría lo cierto es que hasta el jueves pasado nunca me lo había siquiera planteado.

Cuando vivía en Londres, en una comunidad negra/hindú del norte de la ciudad, algún niño del barrio me miraba asombrado porque parecía no estar muy acostumbrado a ver tanto blanco por allí. No era excesivamente evidente, pero a veces lo notabas, sin llegar a ser nunca una sensación desagradable.

El jueves estaba discutiendo el tema de la inmigración como fenómeno social con una alumna a quien se le supone cierta madurez vital por el simple hecho tener 18 añitos, y la conversación fue derivando hacia el racismo y la xenofobia (especialmente sobre la comunidad polaca en Irlanda del Norte).

Al comentarle mi experiencia de "blanquito" en barrio más oscuro de Londres, ella abrió sus ojos marrones (más oscuros que los míos) y me los clavó en la piel mientras me preguntaba en perfecto Inglés con acento de Derry: "Do you really consider yourself as a white person?", no supe cómo reaccionar, mi cara debió ser todo un poema a la desubicación mental. Le dije, "bueno, hasta hoy sí, pero... ¿tú qué dirías que soy?". Ni siquiera paró a pensar, simplemente respondió "I don't know, I just didn't know that Spanish people considered themselves as white people, you know? You look kind of darker than white people".

Estupefacto me hallo desde entonces. Papá, mamá ¿qué coños soy yo?